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TIEMPO DE IRA Y MISERIA” Capitulo 20

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Capítulo 20

Pasaron tres semanas hasta que el señor Manuel apareció, apoyado con los brazos en la barandilla del balcón, observando como José sacaba los restos de materiales con los que arregló el interior de la palloza, donde vivia desde el primer día que apareció en Pradela.

– Buenos días, José.

José descargó sus brazos y levantó la vista hacia el balcón observando al señor Manuel cuyo aspecto mostraba una gran mejora desde el día que llegó a casa.

– Buenos días señor Manuel.

– Buenos días José, veo que trabajaste duro, la palloza tiene otro aspecto.

– Espero que le gusten todos los arreglos que he hecho. Baje usted y podrá ver como queda por dentro.

El señor Manuel observó la palloza por fuera y entró en su interior comprobando el buen trabajo de José. Allí, Rosaura y él vivieron los primeros años de su vida de matrimonio. Allí concivieron y nacieron sus hijas Pilar y Adela, hasta que construyeron la casa donde viven ahora, abandonando la palloza al capricho del tiempo.

– ¿Té quedrás a vivir aquí, en Pradela?

– Si usted y su familia me lo permiten, me quedaré a vivir aquí. Ustedes tienen tierras para trabajar pero no tienen quien lo haga.

– ¿Tú harias eso? ¿Trabajarias las tierras que no son tuyas?

– Asi es, señor Manuel.

– ¿A cambio de qué? Siempre ha ocurrido que, voluntariamente, nadie trabaja gratis para otro.

– Eso es cierto señor Manuel, pero es el caso que yo quiero a su hija Adela ¿Se acuerda cuando nos encontramos en la feria de Vega de Valcarce?

– Sí, me acuerdo, fué poco después de terminar la guerra civil.

– Entonces recordará que, al marchar de regreso a casa, yo me despedí de usted diciendole “Cuide bien a esta chica tan guapa que la quiero de novia para mí”.

– Sí, si me acuerdo _ El señor Manuel se rió de la ocurrencia de José_ Entonces ella era solo una niña y nunca pensé que lo decias en serio.

– Señor Manuel, entonces se lo dije en broma pero ahora se lo digo en serio.

– ¿Que es lo que dice ella?

– Aún no le pregunté, Esperaba para hablar con usted, para que me diera su permiso.

El señor Manuel se acercó a él, puso una mano sobre su hombro y le miró a la cara intentando no reir.

– Amigo José, eso tienes que negociarlo con Rosaura, que es su madre.

Pasó el día como pasan todos los días en las aldeas de las montañas del Bierzo. Terminados todos los trabajos, Rosaura preparó la comida en la mesa y mientras Adela, José y el señor Manuel comian su cena, ella daba de mamar a las dos niñas pequeñas, Elisa y Carmen. Cuando los platos quedaron vacios, el señor Manuel hizo un gesto mirando a José y moviendo los ojos y la cabeza hacia donde estaba Rosaura.

– Ahora es el momento, preguntale a ella.

José miró a Rosaura, observó con seriedad como aquella mujer amamantaba a sus hijas pequeñas y sintió un profundo respeto por ella.

– Señora Rosaura.

– ¿Que quieres José?

– Verá usted, señora Rosaura yo queria….

Rosaura se incorporó en el asiento, cambió las niñas de lado y volvió a sentarse para que siguieran mamando.

– Sigue José, sigue hablando ¿Qué me decias?

– Señora Rosaura, yo queria decirle que… Queria preguntarle si…

– Habla de una vez. Díme que es lo que quieres preguntarme.

Rosaura volvio a cambiar de postura, dejó la niña Elisa en el banco y siguio dando de mamar a la pequeña Carmen. Adela, sentada y con los brazos apoyados en sus piernas, miraba hacia el suelo y fabricaba sueños en su cabeza que algún día, estando casada con José, llegarín a cumplirse.

– Quiero casarme con Adela _José respiró fuerte, como si se hubiera librado de un gran peso_ Si, señora Rosaura, Adela me gusta mucho y nos casaremos si ella me quiere.

Rosaura miró a Adela, que permanecia silenciosa esperando a que su madre dijera aquello que ella y José estaban deseando oir. Miró a las niñas que, en su regazo, se habian quedado dormidas y se levantó con ellas en brazos para dirigirse a la habitación.

– Adela, ven a ayudarme con las niñas.

– Voy, madre.

Rosaura sonrió para sí misma. Aquél era uno de esos escasos momentos que, a través de los años, le proporcionaba la vida. Entraron en la habitación y después de acomodar las niñas en la cuna, miró a Adela acariciandole las mejillas.

– Hija ¿Te gusta José?

– Sí, madre _Adela notó un inmenso calor en sus mejillas que le obligó a esconder la cara entre sus manos.

– ¿Quieres casarte con él?

– Sí madre, quiero casarme con él.

– En ese caso, os casareis después del verano, cuando los trabajos del campo esten terminados.

Rosaura sonrió para sí misma y sintio el alivio que le proporcionaba la respuesta de Adela. Las dos volvieron a la cocina para sentarse en la mesa, donde el padre y José les esperaban.

– José.

– Diga usted, señora Rosaura.

– Os casareis a final de septiembre, cuando la cosecha esté recogida.

José miró al señor Manuel, hizo un guiño a Adela, que mostraba su alegria en silencio y se levantó para abrazar a Rosaura.

– Ahora, además del trabajo, tienes que terminar de arreglar la palloza y dejarla en condiciones para vivir.

– No se preocupe señora Rosaura. Yo me encargaré de que, en pocos días, la palloza esté preparada para vivir en ella.

Durante el verano, en la casa de Rosaura, el trabajo que el señor Manuel y José realizaban en las tierras y prados dió sus frutos. Las vacas proporcionaron la leche suficiente para hacer el queso. Las gallinas, conejos y cerdos aumentaron en número y la alegria de vivir había vuelto a casa consiguiendo que todos mantuvieran, en su ánimo, grandes esperanzas.

– José.

– Dígame usted, señora Rosaura.

– Véte al prado y ayuda a Adela a traer las vacas. Pronto se hará de noche y tenemos que ordeñarlas.

– ¡Voy! _Respondío José dejando el trabajo que estaba haciendo para salir caminando de prisa.

En menos de tres minutos, José llegó al borde del prado y observó a las vacas que, pacíficamente, rumiaban la hierba. De un salto subió al muro de piedra que bordeaba el prado y puso la mano en la frente, a modo de visera.

– ¡Adela!

José esperó la respuesta de Adela que no llegaba. Miró a uno y otro lado y Adela no aparecía.

– ¡Adela! _Llamó de nuevo.

Esperó unos segundos y vió a Adela que, con un libro en la mano, salia de detrás de un grueso castaño de enormes raices.

– ¡Aquí! ¡Estoy aquí!

José caminó de prisa hacia ella y cuando estuvo a su lado, la cogió de la mano y tiró de ella, llevándola hácia el lado oculto del castaño. Adela, sorprendida por la actitud de José enmudeció e intentó reacionar cuando se sintio abrazada, pero todo fué inútil y se abandonó en sus abrazos, deseando con desespero los besos que José le daba.

– ¡Adela! ¡José!. _Rosaura puso la mano sobre su frente para evitar que el sol rasante le cegara, miró toda la extensión del prado y esperó unos segundos_ ¿Donde estais?

– ¡Pára José! ¡Pára! _Adela empleó toda su fuerza para desembarazarse de los brazos de José_ Es mi madre, es mi madre, la que llama es mi madre ¡Arrégate la camisa! No quiero que nos vea asi.

Adela se ajustó la blusa y salió de detras del castaño levantando el brazo con el libro en la mano, para dar tiempo a que José pudiera colocarse la camisa y ajustarse el cinto del pantalón.

– ¡Aquí! Estamos aquí, ya vamos.

Los dos salieron de detrás del castaño caminando de prisa y pasandose la mano por la boca con el intento de borrar el rastro de los besos dados. José, con una mano, llevaba la agullada y con la otra intentaba recolocarse el pantalon para evitar el bulto que destacaba entre sus piernas al andar. Caminó por el prado arriba para guiar a las vacas hasta la salida al camino, que las vacas seguian hasta casa para entrar en las cuadras, mientras que Rosaura y Adela hacian paradas evitando que José pudiera oir la conversación que madre e hija mantenian.

Llegó septiembre y la abundancia volvió a la casa de Rosaura. Al llegar la noche, después de terminar todos los trabajos del día, la hora de la cena se había convertido en el momento alegre que fue años atrás. Al terminar, Rosaura recogió todo, dejando la mesa limpia. Cogió las dos niñas en brazos, miró a su esposo e hizo un gesto a Adela para que le siguiera hasta entrar en las habitaciones.

El señor Manuel se sentía recuperado de su enfermedad y tenía todas sus esperanzas puestas en José. Del bolsillo de la chaqueta, sacó papel de fumar y con los dedos, lo moldeó en forma de canal, que llenó con tabaco picado. En silencio, pasó la lengua por el borde del papel y lo cerró, formando un cilindro con aspecto irreconocible.

– Tenga usted, señor Manuel _José cogio un tizón de la lareira y sopló sobre él para avivar su fuego.

– Gracias _Encendió el cigarrillo, volvió el tizón a la lareira y miró a José_ Rosaura y yo pensamos que, si te parece bien, tú y Adela os podeis casar a final de septiembre.

– Señor Manuel, a mí me parece bien pero… ¿Que dice Adela?

– Adela aún no lo sabe, su madre hablará con ella después de que me contestes tú. Si no quieres contestarme ahora esperaremos a que lo pienses bien.

– No hace falta que espere, yo si quiero casarme con Adela.

– Me das una alegria muy grande porque yo quiero tenerte como hijo.

Los dos quedaron en silencio, José removia el fuego mortecino con el gancho y Manuel daba chupadas al cigarrillo intentando mantenerlo encendido pero su empeño fué inutil.

– José, mañana hablaremos de la boda estando todos juntos. Ahora la noche está cerrada y es mejor que vayamos a dormir _El señor Manuel se levantó y fué en busca de su habitación_ Buenas noches José, cierra la puerta al salir.

– Buenas noches.

José salió al corredor, apoyó los brazos en la barandilla y miró las estrellas. Los pensamientos, que pasaban por su cabeza, se atropellaban unos a otros sin dar tregua a razonamiento alguno pero, estaba contento por todo lo que habia pasado las últimas horas del día. Se dirigió a la palloza, encendió el candil y se acostó en la cama sin intención alguna de quedarse dormido. A su mente acudian en tropel todas las fantasias que, dia tras dia, imaginó pensando en Adela.

A la mañana siguiente José se levantó de la cama y subió a la casa para calentar leche con achicoria. Abrió la puerta y dentro se encontró a Rosaura que, con una olla en la mano, llenaba dos tazas con leche recien hervida y las colocaba delante del señor Manuel y de Adela.

– Pasa José, pasa y siéntate.

Rosaura señaló la silla que estaba al lado de Adela.y puso en las manos de José una taza llena de leche caliente. José se dió cuenta de que esa mañana era diferente de los demás días y en silencio bebió la leche a sorbos lentos, esperando a que Rosaura dijera alguna cosa más.

– Señora Rosaura _Se oyó desde el camino.

– El que llama es Guillermo. Ayer le pregunté si podia acompañarnos hasta Villfranca y me dijo que sí, que vendria a primera hora.

– ¿A qué van a Villafranca?

– Hoy, Adela y yó vamos a ir a Villafranca para comprar la tela con la que haremos el vestido para la boda. Guillermo nos acompañará durante el camino.

– ¿Qué pasará con las niñas?

– Manuél cuidara de ellas. Cuando llegue la hora de comer, calentais la comida que dejo preparada en esta olla y se la dais con cuidado de que no se atraganten.

– No se preocupe señora Rosaura _Respondio José_ lo haremos bien. Yo cuidé de mis hermanos cuando eran pequeños y puedo hacerlo ahora, no se preocupe.

Rosaura y Adela caminaron, acompañadas de Guillermo, hasta Villafranca. Cansados de andar y con hambre, entraron en la taberna de costumbre para tomar café con leche y galletas “de la casa”. Recorrieron las calles de Villafranca que conocian de acudir durante años a las ferias. Compraron zapatos nuevos y la tela para hacer el vestido de Adela, con los complementos para que pudiera lucir bien en la boda y finalmente, acudieron a la pasteleria para comprar los dulces y el vino, que serian el postre de la celebración.

La mañana del último domingo de septiembre del año mil novecientos cuarenta y ocho, en la entrada de la iglesia de Pradela, José estaba acompañado por sus hermanos Valentín y Eliserio que, con otros vecinos de la aldea, esperaban la llegada de Adela que, acompañada del señor Manuel y la señora Rosaura, se acercaba por el sendero que conducia al portón de entrada, tras el cual eran recibidos por el cura que, después de realizar la ceremonia y cobrar la cuota (la voluntad decia el cura) les entregaba el certificado de matrimonio.

– Con este certificado deben ir al ayuntamiento de Trabadelo para registrarse como casados.

– Muchas gracias señor cura, asi lo haremos.

Todos los asistentes a la celebración salieron de la iglesia para emprender el camino, cuesta arriba, hasta la casa de Rosaura, donde daria lugar la celebración festiva de la boda.

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